La niña que un día fui

por | Nov 25, 2024 | Escritos | 0 Comentarios

Me dan pena las personas que no son capaces de valorar todo lo bonito que tienen en la vida, que se encierran en el pesimismo y no logran ver más allá. Esas personas para las que el mundo conspira en su contra y, hagan lo que hagan, siempre hay un halo de energía negativa destruyendo sus planes.

Durante mucho tiempo encarné ese personaje; me convertí en una Madame Bovary incapaz de apreciar todo lo bueno que me rodeaba. Sentía que la felicidad que irradiaba al mundo era un pobre disfraz que, al terminar el día, acababa doblado en el cesto de la ropa sucia. Nada me parecía suficiente, y cada persona que tenía alrededor era un enemigo que me envidiaba y pretendía hacerme daño. Con alguno acerté, pero lo cierto es que vivir en esa continua lucha, lejos de hacerme fuerte, me debilitaba cada día.

No sé si fue porque, en un corto periodo de tiempo, mi mejor amigo se quitó la vida, mi infertilidad se hizo evidente, mis padres se divorciaron de una manera poco amigable, el trabajo se me hacía cuesta arriba, dejé de hablarme con mi familia política, empecé a tener problemas de salud e insomnio… Pero mi vida dejó de tener sentido. Me obsesioné con la idea de que alguien me había echado un mal de ojo y caí en un pozo del que jamás pensé que podría salir.

Me olvidé de la niña alegre que siempre había sido y decidí esconderla en el fondo de un armario. Mi existencia se tornó un caos. Me perdí.

No recuerdo exactamente cuál fue el punto de inflexión, pero un día me levanté y decidí que no quería seguir viviendo de esa manera. Tenía 30 años y, haciendo cálculos, con mucha suerte viviría unos cincuenta y pocos años más. ¿No merecía la pena volver a darme una oportunidad? No fue algo que lograra de la noche a la mañana; de hecho, hubo días en los que pensé que el agujero se hacía más hondo. Sin embargo, tomé ciertas decisiones que me empujaron a construir esa escalera hacia la salida. Dejé el trabajo que tanto me hacía infeliz y tomé las riendas de mi propia vida que, por muy oscura que estuviera, seguía teniendo algo de color. Y me agarré a eso.

La esperanza es más fuerte que el miedo, y me aferré a la felicidad que me causaba pensar que algún día podría escribir un libro y tener mi propia web donde dar rienda suelta a mi creatividad. Me aferré a esa niña risueña que, en algún punto de mi interior, seguía viva y a la que jamás le importó el qué dirán. Me alejé de personas que no me hacían ningún bien y busqué refugio en otras que eran un bálsamo para la vida. Llegó V para servirme de espejo y mostrarme todo lo que yo quería ser. Y volví desde el más absoluto caos; volví a sentirme feliz.

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