El silencio de los sueños escondidos

por | Nov 23, 2024 | Escritos | 0 Comentarios

La vida se escapaba entre las cortinas de casa cada domingo. El silencio se adueñaba de cada rincón, y eso me gustaba, porque cada pequeña acción, como el sonido electrizante de la cafetera al accionarla, se intensificaba. Ojalá pudiera decir que la vida sonaba como una de esas canciones de blues que invitan a bailar en el salón como si el mañana no existiera, pero la realidad era distinta.

Recién había cumplido los 31 años y sentía que mis sueños se escapaban de la palma de mi mano como un puñado de arena. El diario que antes me acompañaba a cualquier parte yacía abandonado en la mesa del escritorio desde el verano. Las letras se desvanecían en la hoja en blanco, al igual que ese viaje que íbamos a hacer a Nueva York a finales de año. A nadie le importaba lo que yo pudiera sentir; para muchos, yo solo era un número, uno de esos peones que se sacrifican en los primeros movimientos del juego. Me sentía la eterna espectadora, siempre viendo desde la butaca la facilidad con la que los demás se sentían felices y lograban sus metas. ¿Ellos también se sentirían como yo?

Recordaba con frecuencia los días en los que los libros servían de refugio y soñaba con vivir de mi creatividad. Hubo una vez, incluso, que casi conseguí tener mi propio estudio de fotografía, un pequeño lugar en el que me imaginaba haciendo felices a familias que vinieran a que las fotografiara. Pero no solo eso; de ese lugar quería hacer también mi pequeño rincón en el mundo, donde escribir, leer y pasar las horas siendo inmensamente feliz. Todo se esfumó.

—Me han llamado y me han seleccionado para el puesto de agente de atención al cliente.

—¡Qué alegría me estás dando! Ese es el camino que debes tomar: tener un trabajo con un sueldo fijo cada mes —respondió al otro lado del teléfono aquella persona que tantas veces me había insistido en que no diera el paso de emprender.

Ese día, una parte de mí murió y una nueva conocida llamada depresión me tomó de la mano. A nadie le importó cómo me sentía, porque yo no era más que un pequeño peón que se acababa de casar y tenía que pensar en un futuro seguro y sin mucho movimiento, aunque lo que más deseara en el mundo fuera una vida cargada de emoción y en la que la creatividad inundara cada parte de mi ser. Desde ese día, hubo un verbo que se adueñó de mi mente: ESCAPAR.

Quizá esa palabra era la que me había traído hasta aquí. El pasado ya estaba escrito, y yo moría por recuperar a esa chica risueña que un día soñó con que todo era posible. La chica que soñó con escribir.

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